jueves, 25 de agosto de 2011

EL FLAGELO DE LA VIOLENCIA SOCIAL

Caminando por calles imperialinas, pensaba en la situación alarmante sobre el flagelo que últimamente aqueja a nuestra provincia cañetana, la violencia social, un tema que suscita gran interés por el carácter dramático que se está viviendo en estos días. Si bien es cierto, la violencia es un fenómeno sumamente difuso y complejo cuya definición no puede tener exactitud científica, ya que es una cuestión de apreciación pero considero que es un juicio de desvalor sobre conductas humanas, incluidas las modalidades de omisión, que transgrede los derechos humanos, para controlar y dominar a los destinatarios de la violencia, poniendo en peligro o causando daños a la salud, (concebida como el resultado de la interacción de factores biopsicosociales y no solo como la ausencia de enfermedad).
Estamos en tiempos de procesos de cambios y desequilibrio social como la desigualdad de posibilidades, de acceso a educación, salud, vivienda, trabajo; la fragmentación y polarización social; la exclusión social y estructural. Esta conmoción social, disgrega las familias, desequilibra la economía, a veces paraliza los sistemas políticos, destrozando los valores.
Toda esta insatisfacción, en muchos casos la injusticia social, el modelo que vende esta nueva sociedad del éxito fácil (la cultura del trabajo perdida), promueven el resentimiento social de los excluidos (que desean reinsertarse en una sociedad que no les brinda la posibilidad para hacerlo), la impotencia de ver que no pueden aspirar a más.
Estos sentimientos van generando diferentes formas de violencia social, como las que mencioné anteriormente.
La violencia social, si bien es cierta que puede ser atenuada con una buena educación integral desde las escuelas y las familias, también es cierto que su raíz, básicamente, está en la gran disparidad de recursos económicos de la sociedad. Esto provoca injusticias sociales y desigualdad de posibilidades.